
Dice Claudio Magris en el posfacio de “La isla” que es un «relato admirable de vida y de muerte, no conjurada sino mirada sin piedad cara a cara y resumida épicamente en el fluir de la vida».
"La isla” narra una historia bien sencilla: un hombre entrado en años y aquejado de un cáncer terminal pide a su hijo que le acompañe a la isla del Adriático que le vio nacer; en ese ambiente reducido, de gentes sencillas que se enfrentan al mar desde tiempos inmemoriales, el segundo asiste a la decadencia de su padre sin poder hacer nada para evitarle sufrimientos.Stuparich no elude nada: el mal del anciano es algo terrible, pero imposible de evitar. La pasión de su hijo es inmensa y desinteresada, pero nada aporta para que el viejo se recupere. Ambos son conscientes de que ese viaje es un periplo vital para que el padre pueda “despedirse” de sus orígenes, para que se arme de un ápice de serenidad ante lo que sobrevendrá de inmediato.
No hay consuelo, todo está en primera persona: la muerte es inevitable; el sufrimiento también.
La historia se narra de forma alterna desde el punto de vista del padre y del hijo, y el gran acierto reside en ese intercambio de miradas.
Ddurante el viaje trata de engañarse con la idea de que la isla insufla nuevas fuerzas al padre, aunque ambos terminen por abandonar el lugar de improviso por un súbito empeoramiento de su salud.El punto fuerte de un relato tan sencillo (aunque desolador) es la prosa de Stuparich. Seca, ruda y árida, como la propia isla natal del viejo, expone los hechos con una frialdad clínica; ni siquiera los ocasionales atisbos de la conciencia de los protagonistas ofrecen un vislumbre de consuelo.
El estilo es elegante, sobrio, pero amargo en su desarrollo: el lector se sumerge en un proceso de decaimiento y desaparición tan inevitable como oscuro. Y, sin embargo, el autor nos acerca a la parte más humana del ser, a la más amable, y quizá gracias a ello una historia de muerte se convierte, también, en una oda a la vida.
Ante la valentía del padre, que encuentra en su estoicismo una nueva forma de placer, y el amor del hijo, que descubre al verdadero ser humano que se esconde tras la figura que él reconocía como padre.
En unas pocas decenas de páginas, Stuparich plantea de forma magnífica la necesidad de reconocernos como hombres para afrontar nuestra debilidad. La enfermedad o la muerte son inevitables, pero redimibles, de cierta manera, gracias a la compasión y al amor.
Ante la valentía del padre, que encuentra en su estoicismo una nueva forma de placer, y el amor del hijo, que descubre al verdadero ser humano que se esconde tras la figura que él reconocía como padre.
En unas pocas decenas de páginas, Stuparich plantea de forma magnífica la necesidad de reconocernos como hombres para afrontar nuestra debilidad. La enfermedad o la muerte son inevitables, pero redimibles, de cierta manera, gracias a la compasión y al amor.